lunes, 20 de julio de 2009

Sobre la falta de inspiración

Por Silvia Siles

A los que no saben hacer el amor.



Cuando se despertó aquella mañana recordó que la noche anterior había cenado queso y vino, que había llovido, y que tenía que ir al taller literario y maldijo la gracia de que el tema elegido fuera el siglo XIII. Remoloneó entre las sábanas empapadas a partes iguales de sudor, lágrimas y lluvia, de un lado al otro, boca arriba, boca abajo, del derecho, del revés, hacia dentro, hacia fuera y vuelta a empezar. 


Ante la innegable falta de inspiración se propuso: O bien preguntarle a la gente por la calle, o bien desempolvar la máquina del tiempo, o bien no acudir a la cita esa tarde, o bien fingirse sorda, muda y ciega, tres días a la semana empezando por hoy y haciendo coincidir uno de ellos con el viernes. Sólo quería mandar a la mierda el siglo XIII, al reino de Galicia, a Marco Polo, a Dante y la Divina comedia, a William Wallace y su lucha en Escocia, al imperio africano de Malí, a la maldita salida del oscurantismo, y a las vidrieras. 


Pero en lugar de eso se vistió toda de negro, caminó hacia la facultad pensando en cualquier otra cosa y al llegar fue directa al adr. Se sentó en aquel sillón verde que alguien recuperó de la basura y se dedicó a hacer como que leía.


Cuando minutos después Prochain apareció la saludó.

- Hola 

Dejó su mochila en el suelo, y cogió el primer boli que encontró para hacerlo rodar entre sus dedos. Mientras, como única respuesta a su saludo obtuvo silencio.

Aquel artista de vanguardia, léase terrorista, había pasado la mañana con Foucault y ahora venía a vomitarme todas sus dudas existenciales y a contarme que cuando Bourgeoise le dejó de repente llegó el verano, y que cuando lo hizo Chèrie, lo que llegó fue el invierno. Sus amores con pretensiones de eternidad iban como venían, con el viento de los cambios de estación. Siempre después de sus dramáticas rupturas quería quemar cajeros.


Yo no decía nada, yo me había propuesto no hablar. El sólo caminaba de un lado a otro del pequeño habitáculo del que nos apropiamos como pseudo-asamblearios, el solo divagaba sobre la contradicción y no se qué historias sobre el principio de incertidumbre, que lo importante ya no son los hechos si no las interpretaciones, que el tiempo depende de la posición relativa del observador, que la certeza de un hecho no es más que una verdad relativamente interpretada, que el espacio y el tiempo se fusionaban en la narración, y no se cuantos relativistas culturales en aviones.


No se percató de que yo de repente estaba desnuda, hasta que me puse en su camino, solo entonces me miró, solo me miró.

- No se que escribir sobre el s.XIII -dije invadiendo su espacio vital y rompiendo el voto de silencio auto-impuesto

- Yo tampoco

Prochain no me besó, solo acercó mi cuerpo al suyo, deslizó sus manos por mi pelo, mi cuello, mi espalda, mi cintura, mi cadera, y presionó nuestros cuerpos. No sabía qué estaba haciendo, ninguno de los dos lo sabía, ni importaba lo mas mínimo. Una mera suerte de casualidades nos había llevado a aquella situación tan incómoda como excitante. Nunca antes de ese momento pensó en follar con Prochain, pero ese ya no importaba, porque ninguno de los dos sabía que escribir sobre el s. XIII. 

Mis dedos se colaron bajo su camiseta de rallas y su barba acarició mi mejilla.

- Yo no se hacer el amor -confesé

- Lo se -contestó con fingida lástima

- Escribir no debería ser una obligación

- El sexo tampoco

- Tu no quieres follar conmigo, ¿verdad?

- Yo solo se hacer el amor

Y apretó mas mi cuerpo contra el suyo, noté una erección a medio camino y supe que Prochain no  era víctima de arrebatos pasionales, que no iba a lanzarme sobre el colchón que cogía polvo en el suelo de la facultad desde Noviembre. Que no íbamos a hacer como que nos lamíamos las heridas, que no besaría mi cuello, ni mordería mis pezones duros de excitación, sabía que no me follaría, que no iba a hacerme creer morir de puro placer con cada embestida, que no iba a verme llorar después del orgasmo, Sabía que el era de los pocos que hacían el amor.

- Si no vas a follarme, sal, y entra dentro de trece minutos, cuando ya me haya vestido, y me haya vuelto a sentar en el sillón verde que alguien recuperó de la basura y me dedique a hacer como que leo.


Cuando Prochain se marchó de repente se acabaron las estaciones.


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