sábado, 27 de junio de 2009

Piedad

Abel Gilbert Canto 08/05/09




El maletín repleto de billetes sonó estrepitosamente contra la mesa de madera de la cafetería de Queira, el Lago azul era la única dirección que indicaba el diminuto papelito, pero Robert no necesitaba más indicaciones, era el local donde se movían todos los negocios sucios de la ciudad, no quería acudir a la cita, pero no tenía otra elección. El nerviosismo le apretaba en la boca del estómago de forma que casi le obligaba a vomitar. Intentó tranquilizarse pensando en todo lo que había pasado, en todas las situaciones límite, no podía ponerse nervioso por una simple cita, una cita que llevaba años esperando, aunque nunca había imaginado que fuera de esta manera, nunca en estas circunstancias, nunca en este asqueroso local.

La espera aumentaba aún más la presión en el estómago, cada segundo era una punzada , cada minuto aumentaba la velocidad de su cerebro, los recuerdos lo mataban y lo deleitaban, la adrenalina le subía hasta explosionar en el golpe del maletín, sabía que al levantar la cabeza la volvería a ver tras tantos años.

Gracias por haber venido.- Le dijo
¿Como no iba a venir?, después de tanto tiempo...- Robert se levantó, la miró unos segundos, y le dio un largo abrazo con los ojos cerrados, sintiendo su calor, como lo había sentido tantas veces, rozando con su piel, con su pelo, con su aroma.

Se sentaron, ella estaba muy apenada, pero era una mujer muy dura y sólo mostraba la inmensa ira que convivía con esa tristeza. Robert ya estaba más tranquilo, la presión del estómago había disminuido, pero al asomarse a la profundidad de sus ojos esa presión fue sustituida por el vértigo. Ella se encendió un cigarrillo, dejó el mechero en la mesa y cogió aire.

Dime, ¿que tal te encuentras?- Le preguntó Robert
Siento decirte que mal, por eso te he citado, necesito algo.-
Ya, me extrañaba que quisieras verme, tampoco se porque he venido, después de todo lo que he sufrido por ti.-
¿que tu has sufrido por mi?, por favor...- le replicó con aires de superioridad.

Robert recordó en ese momento todas las discursiones, incluso las más irrelevantes, todas con ese tono, todas le superaban, pero aún así siempre la había querido, no era su tono lo que le hacía sufrir, no eran sus discursiones lo que le habían hecho pasar tantas horas de angustia. Queira se acercó para tomarles nota, cruzó una mirada de complicidad con Robert, pero no le dijo nada, aunque habían sido buenos amigos, habían luchado codo a codo, se habían salvado la vida mutuamente, habían abierto silenciosas gargantas al mismo tiempo mirándose con la misma mirada de complicidad, pero en el Lago azul todo era diferente, nadie se involucraba en la mesa de otro, nadie se acercaba a saludar a nadie, todo el mundo sabía que cada mesa era absolutamente privada, y estaban estratégicamente situadas para tener esa misma privacidad, se podía hablar con completa seguridad, incluso la banda tocaba, no con el volumen perfecto para sus canciones, sino con el volumen perfecto para que la conversación se quedara en la mesa, como un efecto colchón para las palabras ilegales. El Lago azul te daba la garantía, no sólo de la privacidad de tu conversación, además de que policía nunca andaría cerca, Quiera tenía comprado a los cargos más influyentes, y aquel local estaba prácticamente vetado a cualquier policía de a pie, sólo políticos y jefes de policía entraban a por su dosis de hipocresía.

¿Les traigo alguna cosa?- preguntó muy correctamente Queira, normalmente no atendía a las mesas él mismo, pero evidentemente esta no era una mesa cualquiera, era más importante que la de los políticos y los jefes del estado policial.
A mi me traes un whisky.- dijo Robert.
¿Y a la señora?.-
Un Martini seco por favor.- contestó.

En el Lago azul los precios eran desorvitadamente caros, claro que no eran las copas lo que pagabas, ni siquiera el local ni la atención, era la seguridad de hacer un negocio sin ningún tipo de autoridad cerca, sin ninguna escucha, la única autoridad de ese local era la de Queira.

Y ¿que es eso que necestias?- Pregutnó Robert
Necesito que mates a alguien.- Afirmó fríamente.

Robert se incorporó, giró la cabeza hacia el interior del local y miró al vacío, cogió aire y esperó unos segundos antes de contestar;

No soy un asesino.- dijo al fin mientras las imágenes de su cuchillo desgarrando gargantas le llegaban a la mente.
Han secuestrado a mi hijo.- Dijo con la voz firme y casi amenazante, Robert sólo pudo percibir un diminuto toque de tristeza.
¿y quieres que yo lo rescate?.-
Sí, y que mates a todos los involucrados en el secuestro.-
Ya.- asintió con un suspiro irónico acompañado de media sonrisa.- te he dicho que no soy un asesino.-
Venga ya, ¿y toda esa gente que has matado?, preguntales a sus familias si eres un asesino.-
Eso era la guerra, todo hombre que iba allí sabía a lo que iba.-
Ya, y ¿cuantas veces has estado en las trincheras?, sabes que has matado más personas en fiestas que en el campo de batalla, por el amor de dios, ni siquiera llevabas traje de militar.-
Alguna vez si.- Robert agachó la cabeza al darse cuenta de la estúpida afirmación de su apresurada respuesta.
Llevas años siendo el asesino del estado, pero un asesino al fin y al cabo, se ahora mi asesino, te pagaré mejor que el ellos y obtendrás muchos más beneficios de los que te proporcionan, además, dime, ¿donde está ahora el gobierno?, renegando de ti, negándote, ellos te utilizan y te devuelven a las calles, y sabes que sin la protección de un pez gordo no serás nada en ellas.
Ya..., me pagarás, ¿con que?, ¿con el dinero sucio de tu marido?. El dinero que a sacado explotando a la pobre gente, prostituyendo a las hijas de los que ahora han secuestrado a tu hijo, no gracias, no quiero la limosna ni la protección del “pez gordo”.
No seas imbécil, sabes que necesitas las dos cosas, el Estado ya no te protege, y nosotros te necesitamos, necesito que salves a mi hijo.- el dolor empezaba a aflorar, la chica dura, fría, esa imagen se volvía borrosa apareciendo detrás el dolor de una madre, pero sólo en la superficie, ella no iba a dejar aflorara, pero sus ojos empezaban a empañarse, y su mirada a decaer casi penosamente.
Y los matones de tu marido, dime , ellos pueden hacer eso mucho mejor que yo, ellos si son asesinos.-
Este trabajo no es romperle las piernas a un deudor.-
Dirás a un hombre honrado a quien estorsionais y se niega a pagar.-
Este trabajo requiere muchas más habilidades que matar, habilidades para las que tú has sido entrenado, los matones de mi marido son unos brutos que no encontrarían ni a un elefante en la piscina municipal, y aún encontrándole no durarían ni dos segundos, y todo sería en balde, todo estaría perdido, mi hijo estaría perdido, necesitamos a un profesional, alquien con entrenamiento, alguien con experiencia en estas cosas..-
Esta bien.- dijo Robert al fin.- puedo hablar con Queira, reunir a algunos hombres, y crear un comando de rescate.-

Ella bajó la mirada y pensó un momento lo que iba a decir:

No es suficiente con rescatarlo, él quiere que los asesines, y lo más dolorosamente posible.-
¿Que quiere que asesine a una gente que sólo está defendiéndose?, sabes que él se lo ha buscado, sabes que se lo merece, claro que el pobre niño no tiene la culpa...- Paro en seco.- te he dicho que no soy un asesino.-

Ella rompió a llorar, no pudo aguantar más esa borrosa imagen, se echó contra la mesa, y al levantar la mirada ya no era penetrante, era angustiosa, vieja, miserable.

Salva a mi hijo por favor- dijo entre sollozos - si alguna vez me has querido salva a mi hijo.

Si alguna vez la había querido, por supuesto que la había querido, con toda su alma, empezó a recordar todos los buenos momentos a su lado, nunca se había sentido tan sereno como en aquellos tiempos, nunca había estado tan cerca de la divinidad, de lo místico.

Sí te he querido, y mucho.- le dijo al fin, y empezó a levantarse suavemente.- no quiero el dinero.- le dijo mientras arrastraba el maletín con la yema de los dedos.- ni tampoco su protección.

La cogió fuertemente por la cintura y le dio un larguísimo beso sabiendo que era el último que le daría, y la última vez que la vería. Se miraron a los ojos.

Entonces... ¿lo harás?.- preguntó ella. Y sin dejar de mirarla a los ojos le contestó.
No.-

Robert dio media vuelta y se marchó dejándola con la mirada perdida sin poder reaccionar, había disfrutado con todo aquello, y más iba a disfrutar cuando asesinaran al niño.


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