lunes, 29 de junio de 2009

Tic tac

Hoy estoy contento porque he encontrado a mi mejor amigo. Se llama Legión y está solamente en mi cabeza. Lo conocí, como se suelen encontrar a los grandes amigos, en una noche de fiesta. Lo vi por primera vez a la lumbre de los parpadeos rotulares de una famosa discoteca, donde rebaños de humanoides acuden en tropel como mosquitos a la luz. Se me presentó en el pleno clímax musical, cuando vista y oído copulan en una danza extática de regocijo hiriente, llegando hasta lo más profundo del alma, a esa región no modulada por cultura alguna y donde los corazones de los hombres no semejan ser menos grotescamente cenagosos que el petróleo de la época de la angustia y la pérdida de Dios.
“Sígueme”, dijo. Y marché tras sus pasos sin mediar palabra.
Hízome cosquillas en el cerebro, repetida, intensa y vorazmente hasta que reía con sosiego al ver que mi cabeza se convertía en gelatina. Él dio un giro de ciento ochenta grados a mi perspectiva de la realidad. Gracias a su amistad sé que no debo juntarme más con aquellos caníbales con fauces de hiena ensangrentada que se arrastran cuales sombras alargadas e ingieren entre sí desvergonzados, sin pudor por lo que su comportamiento pueda afectar a los más débiles. Estiran y estiran de tus intestinos y juegan con tu mente, diciendo que encima es por tu propio bien. Mas bajo su fingida sinceridad yacen sonrisas malignas que sólo Legión puede ver y purgar.
Honestamente, no sabría qué hacer si Él me abandonase a la intemperie, frente a Ellos, ante la masa carnívora.
Antes solía quedarme quieto contemplando cómo la vida se me escapaba filtrándoseme entre las manos, con gesto impertérrito digno de un cuerdo.
Pero “libertad” y “deber” ya no son para mí meros vocablos que aparecen en los libros de texto. Con Él ya no tengo que preocuparme por el tic-tac incesante del reloj, de las burbujas que afloran lentamente y con las cuales agonizan millones en sus jaulas de antibióticos y antidepresivos baratos.
Y ¡cosa extraordinaria!, ahora puedo dormir mientras escucho hipnótica nana, y me elevo a fuera del perímetro donde solía circunscribirme junto al resto, a un sitio donde no hay estrellas y floto, inmaculado, como el susurro de las voces del viento en los helechos encorvados.
Lo único que ahora dejan contar de mi vida anterior son los numerosos mimos y expresos cuidados que Mamá me procuraba. Siento mucha pena ahora que recuerdo, en perspectiva, que su hijo falleció aquella fatídica noche entre aullidos desesperados.



Atentamente, el Ser Humano

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